Los datos muestran que ciertos alimentos considerados saludables, como las frutas y verduras frescas, pueden ser económicos en comparación con productos ultraprocesados. Sin embargo, otros, como los frutos secos o el pescado azul, suelen tener un precio más elevado. Además, el coste final de la cesta depende también de factores como el lugar de compra, la estación del año y la planificación de las comidas.
El problema radica en que muchas familias recurren a opciones ultraprocesadas por su comodidad y aparente asequibilidad. Estos productos suelen tener un bajo valor nutricional, pero su precio inicial es atractivo. No obstante, a largo plazo, los gastos derivados de problemas de salud asociados con una dieta desequilibrada podrían superar cualquier ahorro inmediato.
Desde una perspectiva política, es crucial que se promuevan medidas para facilitar el acceso a alimentos saludables. Subvencionar productos frescos, incentivar la producción agrícola sostenible y educar a la población en nutrición podrían ser pasos efectivos. En este contexto, el Gobierno y las instituciones deben trabajar para reducir las desigualdades que afectan a la capacidad de las familias de adoptar hábitos alimentarios más sanos.
En el ámbito económico, también es importante considerar el papel de las grandes cadenas de distribución y su política de precios. La promoción de marcas blancas saludables o descuentos en productos frescos podría tener un impacto significativo en la economía de los hogares.
En conclusión, llevar una buena alimentación no necesariamente implica un aumento drástico en el precio de la cesta de la compra, pero requiere organización, educación y políticas públicas efectivas. Mientras la percepción de los consumidores siga asociando lo saludable con lo caro, es fundamental seguir trabajando desde todos los ámbitos para derribar esta barrera y garantizar el acceso equitativo a una alimentación sana y sostenible.